Corría el año 96 o 97, y yo estaba trabajando en el aeropuerto de Buenos Aires. Un trabajo horrible, no me gustaba nada.
Pero ese día era diferente: iba a conocer a Ray Bradbury. Bradbury venía a la Feria del Libro a presentar su última obra. El único misticismo que me permití como adolescente nihilista me atacaba otra vez, descontrolado, me imaginaba a Bradbury en una aureola un poco anaranjada-desértica que me hablaba desde arriba como levitando, o me transmitía conocimiento así con la mano sin hablar.
Yo me sentía rara siendo groupie de un señor tan tranquilo, y aquí estoy, doce años después, teniendo flashbacks de cuentos y novelas del viejo Ray, sintiéndome una alienada que juega con la tele, o un loco en el bosque que se sabe un libro de memoria.
Hoy viene ese que querías conocer, el escritor." A mí me resultaba un poco raro conocerlo, uno de esos escritores que aparecen en las librerías pero no en la calle ni en las noticias, y que de todas maneras cuando te los encuentras hablan en un idioma que no conoces porque los lees en castellano. Tan lejos y tan cerca.
Qué le iba a decir? ¿Me llevo el diccionario? Seguramente son cinco segundos. ¿Le pido un autógrafo? Todo eran dudas.
Al final llega la hora. Yo comienzo a sentirme en una aventura. Todo el decorado satura el naranja, no porque esté Ray Bradbury sino porque estamos en un aeropuerto latinoamericano de los sesenta. Si estuviera más al norte, los paneles serían verdes.
Y ahí lo ví, sentado en un sofá, cuando entro mira hacia la puerta.
Al parecer está esperando algo y no está muy entretenido. Su señora está al lado.
Es más bajito y regordete de lo que lo imaginaba. Tiene unas gafas de culo de botella en tono blanco, no verde, muy llamativas y de diseño agradable. La señora es delgadita y sonriente, como una mantis si las mantis fueran buen rollo. Yo me pongo nerviosa, muchos personajes de Ray me saludan ahora mismo y yo quisiera contarle cómo me ha afectado su literatura a lo largo de la vida, que ha sido una herramienta para entenderme y resolver dudas. Pero claro, no le digo nada de eso.
En un inglés muy básico le digo que cada vez que me acerco a algo desconocido lo hago con curiosidad y no con miedo o con rabia, y eso se lo debo a él, y que muchas gracias.
Él me pregunta cual es mi favorito: "Farenheit 451, I would have been on the forest too". Él sonríe y asiente. "God bless you".
La conversación se acaba en ese momento y Ray, para facilitarla, se ofrece a firmar el libro que tenía en la mano. "Bueno, este libro no es tuyo, es un libro que estaba leyendo ahora, pero por favor firmalo". Es un libro de Alan Watts sobre religiones comparadas. Watts había fallecido un tiempo antes. Bradbury se emociona: "Pero Alan Watts era mi amigo, claro que puedo firmar este libro!". Y me escribe una dedicatoria "de un amigo de Alan Watts". De un amigo de Alan Watts. Yo no creo en el cielo, pero la verdad me hubiera gustado que en el monitor del Alan Watts en el cielo saliera un cartelito diciendo "Tierra. Buenos Aires. Ray Bradbury firma dedicatoria en un libro tuyo. Manda besos." ¿Sino, para qué vas a escribir un libro?
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Tatiana de la O: hacker multimedia y la mitad de “nerd files”, programa de radio por Internet para obsesos y obsesas del software libre. Especialista en video por Internet, ha trabajado y colaborado con diversas iniciativas de P2P TV como josst (www.joost.com) o miro (www.miro.com).
Sacado del libro colectivo "Los piratas son los padres" de la antigua Exgae, asociación que a finales de agosto de 2010 fue amenazada con ser denunciada por la SGAE por uso de su marca y asesorar sobre las entidades de gestión, y que ahora se llama La EX.
Este libro está disponible gratis en pdf en su web. Es un compendio de escritos y dibujos relacionados con los temas de "la copia y sus beneficios", "el lucro cesante", "prohibir la comunicación", "el dominio público" y "el derecho de cita" entre otros.
En realidad pretendía poner uno más acorde con esos temas como "Los años oscuros" de Josianito o "Visiones del futuro" de Javier Candeira, pero cuando leí el final de este, me emocioné. ¿Y quién no?
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